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« Maroto, la guerre civile et le présent »
Texte (en castillan) des conférences de présentation du livre « Maroto, el héroe » de Miguel Amorós

« Maroto, la guerre civile et le présent »

Texte (en castillan) des conférences de présentation du livre
« Maroto, el héroe »
de Miguel Amorós, Ed. Virus 2011
 [1]

Extrait de la Fragua Social

MAROTO, LA GUERRA CIVIL Y EL PRESENTE

Es decir, necesitamos la historia para la vida y la acción,
no para apartarnos cómodamente de la vida y la acción,
y menos para encubrir la vida egoísta y la acción vil y
cobarde. Tan sólo en cuanto la historia está al servicio
de la vida queremos servir a la historia.”


Nietzsche, Consideraciones Intempestivas



Ante todo quiero explicar el título de “Maroto, el héroe” que lleva mi repaso por el anarcosindicalismo andaluz del periodo republicano, enfocado desde Granada y encarnado en la figura de Francisco Maroto. Así le llamaron las Juventudes Libertarias de Almería en 1938. Mientras que en Europa las esperanzas de una revolución proletaria se esfumaban ante las murallas del fascismo, del nazismo y del estalinismo privando de sentido a la época y a los trabajadores de identidad social, en España la lucha de clases ofrecía horizontes optimistas. El enfrentamiento entre burgueses y proletarios se dramatizaba como en un teatro. La pasión, el anarquismo, el paisaje, daban a la lucha una intensidad poética. Se podía decir que era el único país donde todavía quedaban héroes. Héroes de la clase obrera se entiende, en el sentido homérico, seres capaces de adoptar el destino del proletariado como suyo, de afrontarlo con firmeza y determinación, y de mantener sus ideales con humanidad y nobleza. Maroto fue uno de ellos, y como tal forma parte de la épica obrera, tan maltratada en la actualidad, tan atravesada de olvidos, exclusiones y deformaciones, las señales inequívocas de la decadencia, que la pena y la nostalgia no llegan a contrarrestar. A este propósito el poema de Stephen Spender escrito tras la caída de una ciudad leal en manos del fascismo nos brinda una imagen elocuente :

“Y en todos los carteles de los muros
y todos los panfletos de las calles
han quedado amputados por la lluvia,
sus palabras borradas por las lágrimas
como una piel que se arrancase a tiras
en el fiero huracán de la victoria.”

Pero me interesó más ese otro tipo de heroicidad coetánea del derrumbe político e ideológico del radicalismo obrero, que encara la muerte de la esperanza revolucionaria y convive con el drama de la derrota anunciada. En ese contexto el héroe afronta la adversidad —nombre que lo cubre todo, desde la conspiración en su contra de la reacción a la ineptitud y burocratismo de la propia organización—de otra manera, solo, buscando fuerzas en su interior para conservar la integridad ante envidias y corruptelas, a fin de superar al sufrimiento moral de la cárcel, las intrigas de sus enemigos y la marginación de los aparatos con entereza. El modelo podría encontrarse con mayor probabilidad en la obra de James Joyce y de Robert Musil que en la literatura de la guerra civil.

El encarcelamiento de Maroto en febrero de 1937 fue el gran escándalo de la revolución española, que pronto se vio prolongado y ampliado con los hechos de Vinalesa, los asesinatos de Torres de Alameda y otros pueblos castellanos, las barricadas de mayo, la disolución del Consejo de Aragón y los miles de presos libertarios que poblaron las ergástulas republicanas.
Transcurrido un año desde la victoria parcial de los obreros contra los militares sublevados, pocas conquistas proletarias quedaban en pie y la contrarrevolución enarbolaba sus emblemas tanto en el lado faccioso como en el republicano. El periodo revolucionario y antifascista fue cancelado y la CNT pasó a luchar “por la independencia nacional” contra “los invasores extranjeros”, a fin de labrarse un porvenir dentro de una república federal burguesa. Maroto fue nuevamente a prisión, y esta vez para lograr la libertad no pudo apelar “a mis hermanos los anarquistas.” Ya atados de pies y manos, perseguidos y acosados los verdaderos revolucionarios, Maroto dependía de un aparato burocrático centralizado, cuyo Comité Nacional sacrificaba todo con tal de entrar en el gobierno. La buena voluntad de las bases le servía de bien poco, sometidas como estaban a las consignas de arriba, desconcertadas pero disciplinadas. Para un burócrata no existen más héroes que los muertos, cuyo recuerdo manipulado resulta útil para sancionar las capitulaciones y fomentar con la demagogia triunfalista una falsa identidad entre la clase revolucionaria y sus dirigentes. Entonces, en esos momentos, el verdadero héroe es aquél que sobrevive conservando el sentido común cuando todos los demás lo pierden, permaneciendo fiel a las ideas cuando el oportunismo y la intriga son la norma, encontrando un camino coherente para la acción cuando los referentes y las diferencias se difuminan. Maroto fue también esa clase de héroe, mucho menos abundante, la de quienes no se plegaron “a las circunstancias” y mantuvieron con inteligencia y valentía moral sus criterios aun en la situación menos favorable, por así decirlo, entre cuatro paredes.

Dice Krakauer que “la historia se condensa en la vida de sus héroes”. Yo sobreentiendo que ante todo se trata de la historia de los vencidos. El libro está escrito, como todos los que he publicado, desde su punto de vista, y por lo tanto, no acepta de ningún modo que la memoria de las revoluciones forme parte del botín de los vencedores o de sus herederos, ni tampoco que sea propiedad de quienes desde el realismo burocrático contribuyeron a su debacle. Por eso mismo sufrirá ostracismos, desautorizaciones y saqueos de la gentuza que trabajando para el poder, para cualquier poder, real o imaginario, no admite más memoria que la que justificando la derrota pasada, consagre de una manera u otra el presente. Ya que el silencio no basta, se puede probar la amalgama : “construir un relato democrático compartido... en el que tengan cabida todas las memorias de la contienda, la de los vencedores y también la de los vencidos” tal como propusieron hace poco los historiadores serviles de la Universidad de Valencia. Al revés de lo que se suele decir, quien controla el pasado controla el presente. La memoria se separa artificialmente de la historia como la psique del cuerpo, de forma que los sayones puedan elaborar una memoria de la “reconciliación” documentada “científicamente” por profesionales. Así pues, el pasado se explica por pretendidas causas objetivas que, dando la razón a tirios y a troyanos, tratarían de erigirse más que en leyes, en nuevos tópicos del devenir histórico por cuanto a la guerra civil española se refiere. A menudo dichas causas van acompañadas de sentencias moralizantes como el “que no se vuelva a repetir” que nos lanzan a la cara en tono moralizante los dirigentes. ¿Repetir el qué ? Pregunta con ironía el historiador libertario Gutiérrez Molina. Evidentemente, no aluden a las masacres, que se repetirán cada vez que el poder se sienta amenazado, sino a las insurrecciones populares. Que no se vuelva a repetir una revolución, es lo que realmente quieren decir. Hay incluso quien llega en conclusiones tipo “ni unos ni otros, todos culpables” a echar la culpa al “odio”, absolviendo literalmente el crimen. El desplazamiento de lo concreto a lo abstracto es el equivalente en el campo de la historia a la técnica futbolística de los balones fuera. Los muertos no están seguros ni en sus tumbas anónimas. Los esbirros se empeñan en volverlos inocuos, homologables y perecederos. Se trata para ellos de organizar una galería de retratos por la que pueda pasear la desmemoria del brazo de la historiografía y sentirse legitimada. Con cada biografía convencional se asoman al obrar histórico sin superar el horizonte convenido, confundiendo interesadamente el camino de regreso a la actualidad por la cola de ingreso en el museo. Y es que la restitución completa de la memoria del vencido cuestiona no solamente la victoria del vencedor, su precio en sangre, sino que saca a la luz la responsabilidad de los traidores en la perpetuación de la mentira y del desastre, pagados con la moneda de la renuncia. Rompe esa alianza natural entre todos, no ya por el olvido, sino por la instrumentalización de la memoria. Los hechos históricos no prescriben para ninguno de los bandos.

La historia de los vencidos no es el pasado, es una parte del presente. Es una herramienta para comprender la situación actual y, por lo tanto, un arma para transformarla. La ilumina como acumulación de catástrofes o suma de espectáculos, y la descubre como usurpación. No es una historia recorrida por un tiempo lineal, matemático, donde un vacío sucede a otro vacío, o una noticia a otra. “Pasarle a la historia el cepillo a contrapelo”, como decía Walter Benjamín, consiste en mostrarla tal y como relumbra en el momento en que los agentes de la dominación y la sumisión tratan de sepultarla definitivamente. No solamente sirve a los vencedores quien labora directamente para el olvido, sino también quien trata de hacer las paces con el pasado con un ceremonial memorialístico, porque la cuestión no es asegurar el futuro del actual régimen partitocrático curándolo de la amnesia que voluntariamente promueve, sino de desenmascararle como hijo de la dictadura genocida. El historiador que trabaja para los vencidos, que busca la clave de la historia en sus rangos, no encubre nada, no se complace ante nada, ni se conforma con nada ; simplemente deja patente el conflicto aún por resolver y lo devuelve a la actualidad. Los muertos nunca están muertos del todo a pesar de lo que pretenda la seudo crítica historicista : las revoluciones no se dejan historiar con facilidad por los mercenarios, con o sin título de historiador. Hay algo que no encaja bien, y a medida que ponemos nombres y apellidos, encaja cada vez peor. Por una parte la mancha del crimen es indeleble ; por la otra, las víctimas son irremplazables y el vacío que dejaron nunca lo llenarán los responsos filisteos ni las interesadas apologías. Los muertos por la libertad no pertenecen más que a la comunidad revolucionaria de los vivos. Si ésta no existe, no son de nadie. No se dejan enterrar, ni se prestan a convertirse en relato legitimador. El espíritu de Salvochea se cisca en su nombramiento de diputado honorífico. La única solución de alguna efectividad es la ignorancia, que es precisamente lo que con nuestro trabajo queremos disipar.

Nada puede darse por seguro pues el presente de los vencedores está construido sobre barro. La historia carece de sentido ; el ideal se lo da y la dominación se lo quita. No alberga ningún plan ni se orienta por ningún telos. Todo eso son añagazas de la burguesía, la cual en su periodo ascendente se abrogaba una misión “histórica” que otros traspasaron después al proletariado. La historia no progresa, no va de menos a más : los denominados avances económicos o políticos ocultan retrocesos sociales de la mayor magnitud. Tampoco la humanización va ligada al hito científico o tecnológico. Las víctimas de la barbarie nunca fueron necesarias para que a la larga el porvenir parlamentarismo, el saber especulativo y el bienestar materialista se consolidasen. Ninguna alquimia del verbo es capaz de trasmutar el plomo del egoísmo en el oro de la fraternidad. Ninguna magia dialéctica operará el paso automático de la no libertad a la libertad. Siempre hay truco : el futuro nunca está asegurado y, hoy por hoy, dada la progresión del crimen y la impunidad que gozan los criminales, la historia marcha hacia atrás. Contrariamente a lo que postula la doctrina del progreso, la deshumanización del ser parece realmente infinita. La degradación resulta imposible de detener y el olvido se ha erigido en maestro de la vida. La mentira hiere de injusticia todo lo social. Como dice una antigua soleá recogida en 1933 por los hermanos Caba,

El mundo es grande y es chico,
yo te lo voy a explicá :
es grande por la mentira
y chico por la verdá.

Ya casi no son necesarios los pactos de silencio cómplice de la Transición. Por eso las cicatrices de la derrota nunca han de curarse, pues su existencia llagada es la mejor prueba de la presencia amenazadora de la brutalidad y la regresión. La contienda no ha terminado del todo ; y a pesar del descalabro sufrido el campo de batalla no pertenece completamente al enemigo.

La llama de los recuerdos irredentos es lo único que nos puede servir de guía, porque a menudo se han de desandar los caminos errados para encontrar en plena oscuridad la auténtica senda de la emancipación. Maroto, el héroe escarnecido y fusilado, es real no porque alguien haya confirmado su existencia, sino porque su ejemplo esclarece la realidad. Vive para fustigar la buena conciencia esclava de todos aquellos que todavía creen que la mutilación de la memoria es el mejor método de conjurar la barbarie del poder, y que el olvido y el perdón son el mejor bálsamo para curar las secuelas del horror, que, convenientemente maquillado, subyace agazapado en los fundamentos de las instituciones. El éxodo moral no dejará jamás de fluir mientras la tierra no sea la prometida. La libertad nunca arraigará en una sociedad levantada sobre fosas olvidadas de supliciados por mucho que sea su equipaje tecnológico y político. El Valle de los Caídos, la estatua del dictador Primo de Rivera en Jerez, el fajín del verdugo Queipo de Llano adornando a la Macarena en las procesiones sevillanas y el resto de símbolos fascistas conservados lo atestiguan a diario. Los que ganaron la guerra continúan mandando. El daño es imperdonable e irreparable, por lo que la injusticia arraiga. Las heridas abiertas del pasado no sanarán más que en una sociedad redimida, “una comunidad en la que todos los seres humanos sean necesarios y valiosos” (Paul Goodman). Una sociedad en la que el recuerdo no produzca dolor no es aquella donde simplemente haya una lápida por cada mártir, sino aquella en la que sus esperanzas encontraron asilo. Entonces y sólo entonces podremos pasar página. A propósito de esto me viene a la memoria una escena de la película de Bertrand Tavernier “En el centro de la tormenta.” El argumento gira en torno a la obsesión del protagonista, un sheriff de la Nueva Orleáns después del huracán Katrina encarnado por el actor Tommy Lee Jones, por desentrañar el asesinato de un preso negro de cuya muerte fue testigo en su infancia. Un amigo le pregunta :
— ¿Cuándo dejarás de aferrarte al pasado ?
Y él responde :
— Cuando las cosas vuelvan a estar en su sitio.

Miquel Amorós

Presentación del libro “Maroto, el héroe” en el Ateneu llibertari l’Escletxa, de Alicante, el 24 de septiembre de 2011, en el Ateneu llibertari del Casc Antic, de Barcelona, el 28 de octubre, en el local de la CNT de Vitoria el 4 de noviembre, en la librería La Malatesta, de Madrid, el 9, en la Biblioteca Social Hermanos Quero, de Granada, el 30, en el CSO La Huelga, de Sevilla, el 1 de diciembre, en el Ateneo Eliseo Reclus, de Jerez, el 2, en Valcárcel Recuperado, de Cádiz, el 3, en el Ateneo Al Margen de Valencia el 17, el 23 de abril de 2012 en Amurrio (Alava), el 24 en la Kelo Gaztetxea de Santurtzi y el 25 en el Ateneo Itarbeltz de Bilbao.

On pourra consulter sur le site suivant l’hommage rendu à Maroto à l’initiative de Miguel Amoros au cimetière d’Alicante, il y a un an : http://www.cnt.es/noticias/cronica-...

Diptico sobre Maroto

Les giménologues, 27 janvier 2013