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Miguel Amoros : deux textes sur l’activité, la vie et la mort des frères José et Pedro Pellicer

Les frères Pellicer et la « Colonne de fer » du Levant.
Voici deux textes de Miguel Amoros sur l’activité, la vie et la mort des frères José et Pedro Pellicer . Nous aurons l’occasion d’y revenir lorsque paraîtra l’ouvrage qu’il prépare sur ces mêmes hommes.
Nous les évoquons dans les « fils de la nuit », notamment quand nous traitons des polémiques internes du mouvement libertaire espagnol sur la militarisation des milices.
En annexe nous plaçons la déclaration que fit José Pellicer lors du Plenum national des colonnes conféderales et anarchistes, convoqué par ladite colonne de fer le 5 février 1937 à Valencia.
Les Giménologues, le 2 juillet 2008

EL DÍA QUE MATARON A JOSÉ PELLICER
 
 
 
 El 8 de junio de 1942 fusilaron a los hermanos José y Pedro Pellicer Gandía. Ese día, aciago para sus familiares, amigos y compañeros, fue sin embargo un día cualquiera en los primeros años del régimen franquista, marcados por la aniquilación física como arma política y el terrorismo de Estado como método de gobierno. Podemos hablar con total propiedad de genocidio, puesto que lo que ocurrió no fueron simples ejecuciones de opositores, sino la eliminación por porcedimientos sumarios acompañados por toda clase de malos tratos y humillaciones, de una parte significativa de la población, a la que se consideraba desafecta e implicada en la causa republicana. Si reparamos en que la represión se cebó sobre todo con la clase obrera, y especialmente con los proletarios que encabezaron los hechos revolucionarios, el genocidio franquista no fue tan atávico como cierta literatura de posguerra y los propagandistas de la transición nos quisieron hacer creer. Aquellas atrocidades y sufrimientos, realizados las más de las veces de forma mecánica y rutinaria, no fueron fruto de una irracionalidad extraña o de una locura dirigente, obedecieron a la misma racionalidad que la que hoy rige los destinos sociales, sólo que de forma mucho menos brutal. Era la racionalidad económica. Aquello fue una operación de salvamento de la burguesía, una contrarrevolución ; un paso abrupto en la modernización capitalista que conllevaba necesariamente un precio en vidas humanas : la masacre del proletariado rural y urbano. El resultado no fue un Estado fascista, sino un Estado capitalista de excepción que empleaba herramientas fascistas. Y fue precisamente el desarrollo capitalista que, volviendo obsoletas dichas herramientas, acabó reconciliando al aparato franquista con la oposición superviviente, a quienes derrotaron al proletariado en el 37 con quienes lo diezmaron en el 39, a los que atentaron contra Pellicer en la Plaza Tetuán de Valencia con quienes lo mataron en el campo de tiro de Paterna.
 
 Por razones obvias la reconciliación nacional, como la llamaba el PCE, o la reforma pactada, como la llamaban los franquistas liberales, se asentó sobre el olvido más absoluto no sólo del genocidio, sino de la represión que acompañó al régimen hasta el último día. Los cadáveres siguieron en su sitio, cualquiera que éste fuera, y las víctimas continuaron en el anonimato, con muy pocos que las reivindicaran. La historia quedaba escamoteada tras un pacto de silencio, como si las decenas de miles de muertos hubiesen sido un accidente casual, una contingencia para no recordar, una macabra lotería. La verdadera memoria de la guerra civil y del franquismo quedaba cubierta sine die : coincidía con la amnesia. Los cambios no iban a afectar a quienes yacían bajo tierra. La desmemoria y la mutilación del recuerdo colectivo sirvieron de base a la legitimación del nuevo régimen híbrido que dio en llamarse “democracia”. Dicho régimen se contraponía al anterior en nombre de unos “valores democráticos” restaurados ya sabemos cómo. Sus ideólogos le lavaron la cara proyectando sus aspectos más oscuros al pasado, como si con el franquismo hubieran acabado las maneras “antidemocráticas”. Una simple mirada a los autoritarismos administrativos, al circo parlamentario, a la desaparición del espacio público, a las infames condiciones de trabajo, al trato de los immigrantes, al comportamiento servil de los sindicatos, al desmantelamiento del menor mecanismo de participación o control político, al enorme desarrollo técnico del control social, al embrutecimiento consumista, al urbanismo totalitario, y en fin, al endurecimiento de las leyes y a las mismas cárceles, bastaría para demostrar la existencia de vínculos entre la dictadura de Franco y la “democracia” televisiva, e incluso para revelar la existencia de una barbarie específicamente “democratica”, que no recurre a la liquidación física del contrario porque dispone de procedimientos más sútiles de ningunearlo.
 
 El nuevo régimen alumbrado en 1977 devolvió la historia a los profesionales, para que seleccionaran aquello que convenía recordar y suavizaran las contradicciones que no se podían ocultar. La historia de éste régimen es la historia de sus olvidos, y éstos dan la medida de su complicidad con los verdugos. Todo ha culminado casi cuarenta años después con una ley del punto final, llamada “de la memoria histórica”. Dicha ley cercena cualquier posibilidad legal de revisión de causas, permitiendo una rehabilitación retórica, sentimental, un happy end inofensivo con su descarga emocional pasajera. Justo lo que menos necesitan las víctimas, pues el horror del pasado no es algo que se deba aliviar con la distancia y las salvas. Lo que caracteriza a los muertos es que son y serán irremplazables, que tuvieron nombres y apellidos, ideas y pasiones, una vida, una historia... Algunos fueron anarquistas y revolucionarios como Pellicer. Todos constituyen una herida en el recuerdo que no puede y no debe cicatrizar porque su memoria tiene un lugar señalado en la reflexión y el compromiso contra la barbarie. Su martirio ha de tenerse siempre en cuenta con el fin de que jamás pueda ser integrado en la ideología del poder y sirva para legitimarlo. Los muertos no pueden formar parte del orden establecido. La memoria de las víctimas no es pasado, es presente. No es conmiseración y melancolía, es determinación y combate. Para no traicionar su recuerdo hemos de contemplar desde su perspectiva la evolución de las luchas históricas. Solamente la perspectiva de las víctimas impedirá que su calvario sea atribuido a un mal momento, o peor aún, a una etapa en el camino hacia la dominación vigente, puesto que no es difícil hallar los rastros de aquél en los sufrimientos modernos y en la infelicidad de tanta vida saboteada por la violencia económica del capital y la opresión burocrática de las instituciones.
 
 José Pellicer, reorganizador de la FAI valenciana y luchador del sindicato de la construcción de la CNT, liberador de presos, fundador de la Columna de Hierro, prisionero del SIM, comandante de la 83 Brigada Mixta, víctima de Franco, libertario : ¡mientras alienten aspiraciones justicieras en los oprimidos tu memoria tendrá un profundo sentido ! ¡Salud !
 
 El día en que mataron a José Pellicer , fue tal día como hoy.
 

Miguel Amorós

8 de junio de 2008
 
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JOSÉ PELLICER

 

 

La palabra que mejor describe a José Pellicer es la de revolucionario, calificativo relacionado con un estatus de prestigio que en la actualidad resulta de difícil comprensión, puesto que hoy el prestigio popular va ligado a la imagen más que al ejemplo y el valor de un hombre es determinado por su cotización en el espectáculo más que por el coraje o la integridad. Si dejamos hablar a los hechos, José Pellicer no fue simple personaje radical sino un gran revolucionario, alguien que quiso acabar radicalmente con la injusticia y la explotación y puso toda su inteligencia y todo su empeño en ello, alcanzando en la tarea cotas muy altas. Su trayectoria al servicio de la revolución proletaria es suficientemente explicativa. Su adhesión a la causa revolucionaria fue tanto más sentida y verdadera por cuanto no estaba basada en motivos económicos, siendo de una familia con medios. Se hizo anarquista por idealismo ; su entrega fue siempre altruista, pagando con su persona y buscando la dignidad de los débiles y oprimidos en el combate contra los poderosos y explotadores. Pellicer alcanzó el rango de figura histórica en la medida que concentró en él las virtudes de todos los que le acompañaron, representando su persona la adecuación ideal entre el pensamiento emancipador de la clase oprimida y la lucha efectiva por su liberación. Militante de la CNT desde 1932, participó en todas las luchas insurreccionales de su tiempo, valiéndole el gesto persecución y cárcel. Merece destacarse su papel en la huelga insurreccional de Manresa, en octubre de 1934, su militancia en la FAI, su actividad en los comités de defensa de la CNT y por encima de todo su intervención en la famosa Columna de Hierro, cuya sola mención hizo temblar durante meses a cuantos partidarios del orden opresivo en la modalidad que fuese la escuchaban. Con apenas un millar de hombres más armados con el entusiasmo que con el material insuficiente conseguido en el asalto a los cuarteles de la Alameda de Valencia, libró batalla en Sarrión y en Puerto Escandón, haciendo retroceder a los fascistas hasta las puertas de Teruel. Quedo liberada del fascio una extensa zona, aliviándose la presión sobre Castellón y Sagunto. Entonces brilló no solo por su arrojo, sino por sus dotes de organizador y estratega de la revolución libertaria tanto como empezaron a hacerlo Durruti, Máximo Franco o Francisco Maroto. Era culto, políglota, teóricamente preparado, con ideas muy claras a las que sabía dar una expresión incisiva, lo que unido a su alta estatura y voz segura, imponía a quien se le aproximara. Quienes le conocieron y compartieron sus ideas y objetivos le reconocían una dimensión humana y un carisma nada corrientes. Los necesitó para encabezar una columna compuesta por gente que no reconocía a ninguna autoridad ni tenía jefes y para dar sentido revolucionario a su ímpetu. La Columna de Hierro colaboró con los campesinos de los pueblos en los que se desplegó, mostrándoles la manera de ser libres. Las primeras experiencias de comunismo libertario tuvieron lugar al calor del combate de los milicianos. Más que ninguna otra, ni siquiera la Columna Durruti, la Columna de Hierro actuó a la vez como milicia de guerra y como organización revolucionaria : levantó actas de sus asambleas, publicó un diario (« Línea de Fuego »), distribuyó manifiestos y lanzó comunicados, porque necesitaba explicar sus acciones en la retaguardia y justificar sus movimientos y sus decisiones ante los trabajadores y los campesinos. Una organización tal predica con el ejemplo y deja constancia de él. Ese fue su principal particularidad que Burnett Bolloten rescató en su libro « El Gran Camuflaje ».

 

 Los historiadores se han portado muy mal con él por la sencilla razón de que jamás han contemplado la guerra civil como una revolución fallida, la última de las revoluciones sostenida por ideales emancipatorios, y han tratado de presentarla como un levantamiento militar y clerical contra un poder democrático legítimamente constituido. Obrando así, los historiadores tomaban partido por la República y oscurecían adrede el enfrentamiento feroz entre clases que subyacía debajo del manto político republicano. La acción independiente y revolucionaria de toda una clase histórica, el proletariado, fue ninguneada, y con ella sus mejores logros sociales y sus figuras más señeras. Incluso el dolor y sufrimiento de las víctimas fue obviado. Las fosas comunes sólo se han abierto casi treinta años después de muerto Franco. El interés político de los futuros dirigentes posfranquistas requería una amnesia social y sus historiadores se la servían en bandeja. La democracia española se edificó con el olvido.

 

 Tampoco, y eso es más grave, los libertarios de ahora han prestado demasiada atención a sus héroes, fuera de la deplorable santificación de Durruti. Empeñados en hacer de él un mito, acabaron por matar al revolucionario. Es tan comprensible como lo anterior. El peso del pasado es demasiado fuerte para los libertarios actuales, que se desconciertan y deprimen ante sus responsabilidades históricas. Por eso se sienten cómodos con renegados patéticos como García Oliver, heroicos moderados como Juan Peiró, o huecos figurones como Federica Montseny. Además, no hay que pasar por alto el hecho de que muchos cenetistas tuvieron bien poco de revolucionarios y su actuación, a la luz de la historia, resulta en efecto descorazonadora y desconcertante. Si añadimos a ello el hecho de que importantes cenetistas valencianos como Juan López y los seguidores del manifiesto de los Cinco Puntos colaboraron en los años sesenta con el franquismo, no nos extrañará que José Pellicer resulte indigerible para muchos de sus correligionarios.

 

 Sabido es que el movimiento libertario se encontraba profundamente dividido en cuanto a principios, tácticas y finalidades, y el Congreso de Zaragoza no consiguió zanjar la cuestión. Cuando se levantaron los fascistas el 18 de julio, rápidamente se dibujaron entre los anarcosindicalistas dos líneas de actuación antagónicas, una posibilista y contemporizadora y la otra idealista y revolucionaria. En esta estuvo Pellicer, como, dado su talante, no podía ser de otra forma. En Valencia las dos posiciones, representadas por el Comité de Huelga, sindicalista, y por el Comité de Defensa, faísta, despuntaron desde el primer día. Tras la toma de los cuarteles ambas tendencias encontraron su camino sin estorbarse ; la una reconstruyó la legalidad republicana a través del Comité Ejecutivo Popular, órgano autónomo que incorporaba en clave política a la nueva realidad representada por la irrupción de la CNT y la UGT. La otra creó por un lado comités de base que pasaron a controlar fabricas y pueblos, y por el otro, organizó las columnas de milicianos que contuvieron a los militares en Teruel, Andalucía y Madrid. José Pellicer representa al empuje revolucionario de los trabajadores y campesinos valencianos ; Juan López, su contrafigura, representa la habilidad política de la burocracia libertaria en ciernes, buscando aposentarse en la gestión de las parcelas de poder conquistado, especialmente en el campo económico. La tendencia contemporizadora de la CNT, mayoritaria entre los militantes, transigirá con las formas de autoridad y legalidad burguesas con tal de participar en ellas, mientras que la tendencia revolucionaria se estancará en el frente falta de armas y demás pertrechos de guerra, descubriendo una retaguardia donde todo continúa como antes, sin el menor atisbo de espíritu revolucionario. Las escandalosas expediciones a la retaguardia de la Columna de Hierro en busca de armas en las casernas de la Guardia Civil o de la nueva policía comunista Guardia Popular, o en busca de dinero en joyerías y casas acomodadas, por no hablar de la quema de archivos o los asaltos a las audiencias, pusieron a los dirigentes colaboracionistas de la CNT en mala postura frente a los demás socios políticos. Entonces dejaron solos a los revolucionarios frente a la legalidad republicana reconstruida y armada. El resultado fue la masacre del 30 de diciembre en la Plaza de Tetuán donde el mismo Pellicer salió herido, prefiguración bien adelantada de los hechos de Mayo en Barcelona. Los revolucionarios se vieron atrapados en el chantaje moral de su propia Organización : si abandonaban el frente para vengarse provocarían una guerra civil en el bando republicano que iba a dar la victoria al fascismo. No quedaba sino posponer el desquite para tiempos mejores. Pero al ceder en ese punto hubieron de ceder en todos. En la disolución de los comités, en la entrada en el gobierno de cuatro ministros anarquistas, en el desarme de los campesinos colectivistas y en la militarización de las columnas. De nuevo el chantaje : o atemperarse o desaparecer. La militarización fue acordada con noventa y dos miembros de la Columna de Hierro presos en las Torres de Quart por los sucesos de Vinalesa. Sin embargo sería una injusticia decir que José Pellicer se plegó a las circunstancias como por ejemplo sugiere Mera en sus memorias. En el seno de la misma FAI, Pellicer, como miembro del grupo « Nosotros » pugnó por la conducta orgánica más acorde con las ideas de liberación y no aceptó las alianzas con los otros sectores autodenominados antifascistas sino transitoriamente, por imperativos de guerra. Con fondos de la columna, sus compañeros fundaron el diario « Nosotros », dotando a los grupos anarquistas valencianos de la mejor publicación ácrata que haya habido en la península. « Nosotros » no se atuvo a las directivas oficiales mientras fue controlado por el grupo de Pellicer, y fue portavoz del mejor espíritu revolucionario anarquista hasta que la FAI se transformó en partido político y el Comité Peninsular lo escogió como vocero, apoderándose de él a través de arteras maniobras en los plenos.

 

 Los buenos tiempos de la revolución jamás volvieron. Pellicer fue herido en Albarracín y separado de la brigada 83, la antigua Columna de Hierro, cosa que aprovecharon los comunistas, mucho más fuertes en el gobierno de Negrín, para detenerle mediante agentes del SIM y llevarle de checa en checa. No se atrevieron a asesinarle como hicieron con Andrés Nin y al final consiguió ser puesto en libertad y reintegrado en el Ejército Popular al frente de la brigada 129. En los últimos días de la guerra ya en Alicante, se preocupará, como siempre, de poner a salvo a los demás, aun a costa de su persona. Detenido por los italianos, fue delatado y salvajemente golpeado por los vencedores. No tuvieron bastante con las torturas y ya que no pudieron destruir su hombría y entereza con palizas y humillaciones lo intentaron con la más pérfida de las maniobras : trataron de corromperle a cambio de perdonarle la vida. No sabían sus verdugos que alguien como Pellicer no se vendía, que no había nada en el mundo con qué comprar su honor. Pellicer se enfrentó a la muerte con serenidad. Fue fusilado en Paterna, junto a su hermano Pedro, compañero de lucha. Aunque hoy tenga tan poco sentido el valor, quizás porque no tenga precio, que quien sienta vibrar en su interior la llama de la rebeldía intente comprender que ese día murió un valiente. Sin embargo sus ejecutores no lograron matar al símbolo.

 

 

 La vida heroica de José Pellicer no tiene interés para los historiadores que ignoran la revolucion y se limitan a arreglar las apariencias para restar legitimidad al franquismo y poco más. Tampoco lo mostrarán los herederos del anarquismo de Estado, para quienes el pasado es algo brumoso cuyas verdades han de ser explicadas a los legos desde el templo de la ortodoxia orgánica. Pero para los revolucionarios, o simplemente, para los partidarios de la verdad, para aquellos que no ven en la ideología anarquista algo pintoresco e inofensivo con lo que entretenerse, mantener en el olvido la memoria de José Pellicer es más que un crimen ; es la peor ofensa que se puede cometer contra los ideales por los que lucho y murió. Nadie puede considerarse, en Valencia sobre todo, anarquista, y por ende, revolucionario, sin tener presente el ejemplo del mejor de todos los anarquistas. La memoria es de lo único que no pueden prescindir los idearios derrotados. Es lo único que puede guiar en el presente a quienes los profesan. Por lo tanto, en lo que concierne al patrimonio humano de la revolución española traicionada, la biografía de José Pellicer es la asignatura pendiente.

 

 

Miguel Amoros, 27 de abril de 2004.

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Párrafo de Pellicer :
 
El Comité Nacional, lo repetimos, voluntariamente o no, ha hecho el juego al Estado.
 
 Nosotros no hemos querido abandonar el frente -y digo esto por la recomendación del compañero Jover. Hemos querido venir a reorganizarnos, pues es más conveniente venir que quedarnos y que nos abandonen nuestras centurias, como ya ha ocurrido en la de Durruti. En nosotros no hay divisiones, pero puede haberlas, porque no hay que olvidar que allí, en el frente, cuando se ha tenido un fusil durante meses enteros, se razona menos que en la retaguardia, donde nunca se arriesgó nada.
 
 Y de esto no debemos quejarnos. Es una realidad, y agradable además para nosotros, que la convivencia con el máuser haya conseguido que los compañeros, instintivamente, no quieran separarse del que reconocen como único valor objetivo en estos momentos : el fusil. Y se nos obliga a abandonar unas armas que conquistamos primero en los cuarteles y luego en los frentes a costa de mucha sangre y de ver caídos para siempre a los mejores camaradas.
 
 Que esto lo intente el Estado lo encontramos natural, pero que sea la organización la que [de modo suicida], vaya destruyendo sus fuerzas, nos parece una barbaridad Hemos querido hacerle ver que lo cometido es un error, al salirse de sus principios confederales. Nosotros creímos que fue poca voluntad o indiferencia, lo que es peor, el no convocarnos para dar cuenta de lo quehabíay sacar así una impresión general.
 
<FONTsize=2> Nosotros,además de confederales, como pertenecientes a unas columnas y teniendo nuestra personalidad, queremos dejar bien sentado que no estamos ni por debajo ni por encima de los comités. No queremos que se nos aplaste con el truco que usan estos comités de los acuerdos tomados en mayoría. No queremos justificaciones personales dadas con un tono patético y llorón. Queremos que quien se justifique sea un comité determinado. La Columna de Hierro no se abroga una reprsentación que no tenía.
 
El delegado de la Columna de Hierro
 
A nosotros no nos importa absolutamente el tener que transigir con militares bajo el punto de vista técnico. Pero se hace claudicación premeditada de ideas con el fin de recoger algo.
Pasemos a ver si eso es verdad.
Estamos en desacuerdo con la militarización. Deseamos se vea si puede conseguirse el hacer presión serca del Gobierno para que se nos faciliten armas sin tener que recurrir a la militarización.