La tragedia de un Rebelde. En castillan.
Antoine Giménez, Recuerdos de la guerra de España : del 19 de julio de 1936 al 9 de febrero de 1939, Logroño, Pepitas de calabaza ed., 2004 (289 páginas ; ISBN : 84-96044-53-X)
Antoine Giménez, seudónimo de Bruno Salvadori, fue un anarquista de origen italiano que luchó en la guerra civil española por lo que acabaría siendo su única esperanza : « un Ideal de igualdad absoluta y de total Libertad » (p. 289). Sus recuerdos ayudan a comprender la realidad de la guerra en la piel de un combatiente anónimo que no pretende justificar sus acciones para una posteridad o una Historia, a la que no rinde cuentas porque nada le debe. Desprendido de una carga que con frecuencia lastra los relatos biográficos, nos ofrece su testimonio, de una sinceridad que conmueve al lector. De especial viveza son las escenas donde el autor describe con cargado erotismo sus continuos encuentros amorosos, en el frente y la retaguardia. También las manifestaciones de una violencia convertida en esos días en moneda corriente. Dos temas normalmente velados por el pudor o la prudencia que Giménez describe sin tapujos ni cortapisas, ocupado en contar su verdad. Realidades ambas que dibujan con detalle las noches y los días de unos hombres y mujeres que viven en la permanente incertidumbre de enfrentarse con la muerte a cada paso.
El tercero de los temas adelantados en la portada (« del amor, la guerra, y la revolución ») descubre la tragedia del miliciano anarquista, golpeado por las frustraciones que una interpretación de la necesidad impuso a su sueño de libertad. El Ideal, convertido por aquellos días en cotidianeidad, como comenta Paco Madrid en la introducción al texto que él mismo traduce, sufre distintas privaciones que mellan la moral de este combatiente enrolado en el grupo internacional de la columna Durruti. Un « rebelde », como él mismo se define, que llega a preguntarse por qué lucha cuando el transcurso de la guerra maniata una revolución en marcha. La primera señal de este fracaso se le revela cuando el Comité Revolucionario, preocupado por su imagen ante las democracias firmantes de la no-intervención, pone en circulación a finales de 1936 la peseta, suprimida hasta entonces en las colectividades (p. 140). El siguiente aldabonazo que termina por desvelarle del sueño libertario es la « traición » de la entrada de los anarquistas en el gobierno republicano (p.191). Otros jalones de esta secuencia a todas luces nefasta son la doliente desaparición del Durruti ya héroe (atribuida a los estalinistas), la militarización de las milicias, la aceptada claudicación de mayo del 37 ante el control comunista de la retaguardia, los asesinatos de los compañeros italianos Berneri y Barbieri en las checas de Barcelona y, finalmente, el barrido de las colectividades libertarias por el ejército de Lister. Las sospechas e interrogatorios a los que se ve sometido por supuestos compañeros de lucha culmina esta escalada de despropósitos, descrita con desidia cuando al autor ya nada sorprende. Trance que, por otra parte, vivieron muchos libertarios por el simple hecho de no comulgar con las directrices enviadas desde Moscú.
El Ideal que mueve la acción de este luchador es el comunismo libertario. Una entelequia que la profusa bibliografía sobre el anarcosindicalismo español detalla en profundidad pero que aquí se nos presenta en su faceta más íntima, como sentida esperanza que se realizó un día en el frente y la retaguardia de Aragón y Cataluña. El comunismo libertario era una propuesta sobre el hecho revolucionario y la posterior organización de la sociedad formulada durante el periodo republicano por los teóricos de la Federación Anarquista Ibérica (FAI). El sindicato anarquista, la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), lo adoptaría como finalidad propia en el Congreso celebrado en Zaragoza meses antes del levantamiento fascista. De su capacidad de movilización nos da buena cuenta el libro que ahora presentamos. Jóvenes libertarios de todo el mundo llegarían a España decididos a arriesgar la vida en su defensa. Los recuerdos de Giménez también nos enseñan el carácter no definitivo de su enunciado. Las continuas discusiones que entabla con compañeros y amigos dibujan un entramado militante que critica y debate unos principios nunca aceptados como dogma. Pese a los intentos faístas por constituir una vanguardia, cuerpo exclusivo de intérpretes tan propio de otros movimientos obreros, las dudas y controversias que colman el relato nos muestran como esa intención dirigista se mantuvo siempre ajena al espíritu libertario de base.
El texto ha seguido un largo camino. Lo escribió Antonie Giménez a mediados de los setenta tras la insistencia de un grupo de amigos deseosos de que diera a conocer su historia antes de que ésta se perdiera. Dificultades para encontrar un editor en Francia han hecho que aparezca primero la versión española que el original francés, sobre el que actualmente se trabaja. En España lo ha publicado la editorial riojana Pepitas de calabaza. Un grupo iconoclasta que promete, y que presenta la obra en una bella edición. La única crítica a su trabajo es el error, no banal, de incluir una amplia fotografía interior de quien fuera también miembro del grupo internacional de la columna Durruti, el artista alemán Carl Einstein, en el lugar donde debía haber aparecido el autor.
En el relato, la pugna entre necesidad y libertad termina en desenlace nefasto, como en toda tragedia. La gran diferencia con otras obras del mismo género consiste en que éstas normalmente recrean un mito y el texto escrito por Giménez son los recuerdos de una experiencia real. La muerte en el frente, los bombardeos en las ciudades y pueblos, o el obligado exilio fueron destinos particulares de muchos hombres, mujeres y niños. Al concluir la lectura, se echa en falta la posibilidad de su prolongación. Otros recuerdos que nos hablen de experiencias posteriores. Sabemos que el autor cruzó la frontera y se estableció en Francia. Que, como muchos excombatientes libertarios, colaboró en la resistencia francesa contra el nazi y terminada la guerra en Europa trató de reconstruir su vida con un humilde trabajo. Falta por saber si compartió la rabia de otros muchos exiliados al comprobar incrédulos como la nueva paz octaviana transigía con el tirano del solar hispano, el dolor de una militancia que sufría al ver como su organización era brutalmente reprimida en el interior y rota por las luchas cainitas del exilio y, finalmente, la decepción de una gente que cuando pudo volver a España comprobó como el país ya no respondía a sus esquemas, detenidos en 1939, ni reconocía la lucha que un día emprendieron en sus calles y campos por extender su ideal de igualdad y libertad.
20 de marzo de 2005.
Eduardo Romanos Fraile.
Instituto Universitario Europeo.
Parue dans la revue "Spagna Contemporanea".